Ella, a mi lado, contemplaba el mar de olas espumosas que comenzaban a despertar de la tranquilidad avisando de la lenta subida de la marea.
La brisa comenzaba a refrescar nuestros rostros al tiempo que el sol emprendía un descenso vertiginoso.
Vi en sus piernas doradas un escalofrió y busque su mirada alejada muchos metros de allí. Fumaba mientras se imaginaba, quien sabe, quizá en medio del mar, nadando desnuda, con el agua salada bañando todos los rincones de su cuerpo.
Mi mano se poso en una de sus piernas sacándola de dondequiera que se encontrara y como regalo recibí una sonrisa y el tacto de su mano sobre la mía.
El brillo del atardecer reflejado sobre su rostro desafiaba la belleza del horizonte y sus labios entreabiertos expulsando el humo del cigarrillo me transportaban al cine en blanco y negro.El deseo recorrió mi cuerpo y mis labios buscaron los suyos ahogando su sonrisa en mi boca, haciendo de la playa nuestra alcoba y de la arena nuestras sabanas. Mis manos comenzaron el camino conocido de su piel suave convirtiendo el deseo en necesidad.