viernes, diciembre 30, 2005

Deseos

El 30 de Diciembre del 2004 hice una lista con los que llamé “mis deseos más irreflexivos”, ahora, un año después, pongo al día la lista:
-No tener que levantarme a las 6:45 ninguna mañana más (sigue como un deseo)
-Descubrir a que saben los labios de la chica que me cruzo todas las mañanas (he olvidado que chica era)
-Viajar, viajar y viajar (En pascua viajé por España, en verano fui a patear la Provenza Francesa, pero sigo queriendo viajar, viajar y viajar)
-Averiguar si mi compañera de trabajo es escandalosa en la cama (ya no tengo esa curiosidad)
-Seguir escribiéndoos (Sigo teniendo ese deseo, aunque he de reconoceros que este deseo pasó por baches a lo largo del año)
-Que me sigais leyendo (Si, si, si, cada vez más, me he convertido en adicto a vosotros)
-Leeros (Igualmente adicto a vuestros comentarios)
-Mirarte a los ojos (siempre será un deseo)
-Conocer la felicidad (hay que seguir deseando cruzársela este año)
-Poder compartir un café y una charla con todas y cada una de las personas que tenéis la paciencia de leerme (esto siempre será un deseo)

¿Y vuestros deseos?

¡FELIZ AÑO 2006!

martes, diciembre 27, 2005

Feliz Dia de los Santos Inocentes

Hace algun tiempo, una lectora de Confesiones de Baco me comentó que ella pensaba que Baco realmente era una mujer.
Hoy, despues de casi año y medio escribiendo en este modesto rincón donde tantas veces me he mostrado tal y como soy, donde tantas veces me he desnudado, quiero quitarme la única prenda que nunca arrojé al suelo, la única prenda que siempre llevé puesta, la única prenda que tapó algo de Baco.
Hoy quiero hacer una nueva confesión.
Baco es una mujer.



Ayer se celebraba el dia de los inocentes. Creo, no estoy seguro, que es una fiesta solo española, asi que para los muchos sudamericanos que me leeis os comento que es tradición en este dia gastar bromas. Así que espero que no os haya molestado que yo tambien haya querido participar haciendo una pequeña broma.
Baco es hombre, desgraciadamente es hombre. Lo siento por los lectores que se habian animado a escribir a la señorita Baco por primera vez, y les invito a que sigan participando del blog, aunque el que escribe sea el señor Baco.
En cuanto a las lectoras que se decantaban por el lesbianismo, os animo, siempre se esta a tiempo para experimentar nuevas sensaciones, eso si, Baco no podrá satisfacer sus deseos.
A todos, muchisimas gracias por leerme y confio en que hoy o ayer, según cuando lo hayais descubierto, os haya arrancado una sonrisa.

viernes, diciembre 23, 2005

Feliz Navidad

Miro una vez más el reloj, las manecillas avanzan fugaces alrededor de la esfera. No voy a llegar a tiempo. Bajo los cuatro pisos por la escalera porteando el pesado fardo que llevo conmigo esperando ser más rápido que el ascensor y salgo del patio con urgencia. En la calle el frío golpea mis mejillas y un ambiente húmedo lo invade todo. ¿Todo he dicho? No, no es así, de camino al coche me cruzo con un niño y su padre, andan cogidos de la mano, sonríen y sus caras son cálidas. Llego al coche y me encierro dentro, el reloj del salpicadero marca unos pocos minutos menos que las manecillas en mi muñeca, eso me tranquiliza. Cruzo velozmente calles semidesiertas, quedan pocos minutos cuando llego a las calles pobladas de gente, iluminadas por millones de pequeñas bombillas. Tengo suerte, pronto encuentro sitio para dejar el coche. Al salir y abandonar la calefacción el frío vuelve a golpearme, me recoloco la bufanda alrededor del cuello haciendo malabarismos con el paquete que he de llevar conmigo y comienzo a caminar por calles empedradas. Ahora vuelvo a fijarme en el reloj de mi muñeca perdiendo los minutos que gané. Toda la gente anda apresurada, envuelta en mil capas. La plaza esta brillante, la luz amarilla no deja que la oscuridad se esconda en ningún rincón. Miles de pasos golpean la plaza al mismo tiempo mientras penetro en la catedral. El silencio inunda mis oídos y solo se oye mi caminar. Allí dentro el frío no es tan crudo, algo que agradecen las dos abuelitas que arrodilladas en un banco rezan.Camino por un lateral de la planta hasta alcanzar unas rejas que impiden la entrada a unas escaleras. Aprovecho para tomar aliento y reposar el pesado bulto en el suelo. En ese momento un hombre aparece al otro lado de la verja, me sonríe con ojos grandes y bondadosos y abre la verja dejándome pasar. Le doy las gracias y comienzo el ascenso por la escalera de estrechos escalones pulidos por el paso diario. Alcanzo el final de la escalera y salgo al exterior, a 51 metros de altura el frío golpea más fuerte si cabe, pero el esfuerzo de subir 207 escalones me defiende de él. Me aproximo a la barandilla de la torre y desato el fardo que he llevado conmigo hasta ahora. Engancho uno de los extremos a la barandilla y miro por ultima vez mi reloj, marca las doce en punto, sonrío y arrojo el resto de la lona fuera de la torre...

martes, diciembre 20, 2005

Relato

No recuerdo cuando comenzó todo. ¡Hace ya tantos años que vago sin rumbo fijo!
Mis manos no sienten nada, tengo los pies fríos y expulso de mi boca un húmedo y gélido hedor.
Ayer estaba en Río de Janeiro, en la terraza de una vieja casa con la mirada fija en aquella joven chica de ojos oscuros. La acompañe durante horas, estuvo llorando todo ese tiempo abrazada a la foto de un pequeño bebe. Todavía sigue doliéndome cuando es una madre, noto que algo mío se va con ella.
Cuando se acercó a la cornisa adelanté mis brazos y los posé sobre sus hombros, me hubiera gustado abrazarla contra mi, era bella, el cabello negro caía a los dos lados de su rostro y solo un fino camisón cubría su piel oscura, habría posado mis labios en aquella suave piel pero ella no lo hubiera notado, como no notaba mis manos. La empujé. Oí el grito. A diferencia de lo que se cree es un solo grito, comienza arriba y cuando dejas de oírlo todo ha acabado, entonces comienzan los gritos de otras personas, las sirenas de ambulancias, pero todo eso es silencio.
En aquel momento mis ojos se cerraron durante unos segundos. Los volví a abrir en un oscuro callejón empedrado y húmedo, los carteles no estaban en portugués, ya no estaba en Brasil. Ahora sé que me encuentro en España, me rodean casas viejas, doradas por la tenue luz amarilla de las farolas. Solo he de esperar a que entre en la calle y mi vida se unirá a la suya hasta que llegue el fatal momento.
Lo veo venir a lo lejos. Es joven y se acerca con rapidez cargado con una mochila. Sus pasos resuenan en la solitaria calle, solo un vagabundo tirado en un rincón junto a su perro nos hace compañía.
Pasa junto a mi y me reflejo en sus pupilas, se adentra por una pequeña puerta coronada por un cartel que reza “Hostal El Carmen”. Dentro, con su voz grave pide una habitación a la dueña y le tiende un billete. Ella lo coge y da una ultima calada a su cigarro mientras se levanta y le pide que le siga. Subimos las escaleras siguiendo a la madura mujer de piel blanca y un escote que deja al descubierto gran parte de sus enormes pechos.
De pronto, siento algo que hacia años que no sentía. Nos encontramos con un niño en la escalera y clava sus ojos en mi, me mira fijamente cuando nos cruzamos. Yo arreglo el cuello de mi traje negro nervioso como ante la primera cita y sigo escaleras hacia arriba. La mujer abre la puerta y le tiende la llave al chico. Le dice que no dude en llamarla si necesita cualquier cosa mientras pasa una mano por su escote y sonríe provocativa. El chico le da las gracias adentrándose en la habitación y se cierra con llave. Deja la bolsa de deporte en la cama y se lava la cara en una sucia pila que hay junto a ella. Miro en su bolsa y lo comprendo todo, un revolver con tres balas descansa entre su ropa sucia. Ya conozco el final, solo queda esperar.
Él suspira mientras se dirige a abrir la mochila y yo desaparezco de allí, nunca en todos estos años había abandona a nadie antes de su momento fatal, siempre ligado a ellos, sin poder tocarlos, sin que me puedan ver, sin poder avisarlos pero siempre presente.
Ahora estoy en las escaleras y frente a mi el pequeño crío sonríe y me mira con los ojos más grandes que nunca me han mirado. No sé que decir, estoy confuso y es él quien habla. Me pregunta porque voy de negro si soy su ángel de la guarda. Ojala fuera tu ángel de la guarda le contesto mientras una lágrima recorre mi mejilla. Tampoco en todos estos años había llorado.
Entonces oigo un tiro en la habitación, me giro hacia la puerta aturdido por no estar allí apretando el gatillo y siento la pequeña mano del niño tocar mis dedos.
Caigo sobre el suelo y cuando despierto visto un traje blanco.

viernes, diciembre 16, 2005

Teo y Bea

Teo no la conoció una noche, no la conoció en la discoteca. Teo conoció a Bea como se conocen a las personas importantes, de casualidad. La conoció en la parada del autobús uno de los escasos días de lluvia. A Bea se le cayeron al suelo los libros a los que había estado abrazándose mientras llegaba corriendo a la parada. Teo, que la estuvo mirando mientras se acercaba, le ayudo a recogerlos y a subirlos al autobús, y durante todo el viaje, quizá absorto en las palabras de Bea, quizá porque no quería darse cuenta, Teo no sé percato de que el autobús que había cogido no era el suyo.
Pero Teo y Bea se despidieron sin acordar una cita, sin que ninguno de los dos pudiera localizar al otro. Mas como suele pasar en las historias importantes, la casualidad siguió su camino y Teo y Bea coincidieron en el autobús la semana siguiente. Y Teo esta vez si, invito a cenar a Bea.
Y dos días después, sentados en una mesa, Bea rió mucho con Teo, y aquella noche Teo se acostó pensando en Bea, y aquella noche Bea abrazo el almohadón pensando que abrazaba a Teo.
Y pocos días después Teo besó por primera vez a Bea. Y algunas semanas más tarde Teo le dijo a Bea aquellas dos palabras que ella estaba deseando oír. Y ni Teo ni Bea sabían que aquello que pronunciaban una tarde oscura en lo alto de un parque no los abandonaría el resto de sus días.

lunes, diciembre 12, 2005

Voy a hacerte una visita

Sentado en el sofá al calor del fuego, con un libro entre mis manos, cierro los ojos y respiro profundamente. Comienzo a caminar y noto como pierdo el calor que el hogar mantenía en mis mejillas. Los dedos se enfrían y mi aliento se suspende en el frío de la noche como el vapor de agua.
Escalo montañas que dejan rasguños en mis frías manos, atravieso ciudades nocturnas de gente desconocida, cruzo enormes prados silenciosos en la oscuridad y nado ríos de gélida agua. Penetro en una ciudad dormida y busco tu habitación. Poso mi mano en la manivela y se abre la ventana. La cruzo en silencio y te encuentro en la cama. Duermes acurrucada abrazando el almohadón. Mantienes una sonrisa en tus labios, quizá de tu último pensamiento antes de dormir, quizá fruto del lugar donde te encuentres ahora mismo, mientras sueñas.
Me acerco a tu cama y reconozco tu olor, me arrodillo y reconozco el calor de tu cuerpo, deslizo mis manos por tu mejilla y siento tu suave piel en mi cuerpo. Siento como abres los ojos y te alzas, siento como me miras sin decir nada, siento como dejas caer el camisón al suelo y quedas desnuda ante mi, siento como tus labios se posan en los míos y recorres mi cuerpo ahora desnudo para ti.
Siento tus besos penetrar en mi cuerpo, tus manos acariciar mis huesos y tus ojos verme dentro.
Sonríes y te acercas a mi oído, pecho con pecho siento tu respiración en mi mejilla mientras entre susurros me pides que te haga el amor.
Mi mano continua en tu mejilla y tu continuas durmiendo.
La ventana continua cerrada y mis mejillas calientes.
Yo continuo sentado en el sofá, frente al fuego, con un libro entre mis manos.

viernes, diciembre 09, 2005

Mudanzas

El día que llegaste no te esperaba y abrí la puerta sin saber que había detrás
El día que llegaste vistes mis muebles a medio desembalar.
El día que llegaste no te esperaba y no había preparado nada especial.
Juntos ordenamos la casa y juntos compramos el champán.
El día que te fuiste no te despediste y no había preparado nada especial.
El día que te fuiste estaban todos los muebles a medio embalar.

jueves, diciembre 01, 2005

Su sonrisa

Sus ojos de azul oscuro y profundo chocaban con su dorado cuerpo, era una niña castaña de pelo y rubia de piel. Tenia catorce años y una sonrisa que solo me dedicaba a mi. Nos cruzábamos todos los martes a las tres cuando entrábamos en el instituto y todos ellos, bajo la lluvia o el sol, entre el húmedo frío o la calidez de la primavera, siempre tenia aquella sonrisa.
Durante el día podías verla reír con sus amigas o sonreir ante un halago, con los profesores o sola en una esquina, podía mostrar sus blancos dientes mil veces al día, pero aquella sonrisa inexplicable, aquella sonrisa, estaba reservada para mi.