martes, mayo 30, 2006

Náufragos

Preguntaste no hace mucho tiempo que era lo que me gustaba de ti. Lo preguntaste como sueles hacerlo, con los labios casi cerrados y con la mirada perdida entre las alturas de la ciudad. Lo preguntaste como si no esperases respuesta. Como los náufragos echan las botellas al mar.
El brillo del atardecer fugándose entre los árboles camufló mi respuesta y otras palabras alejaron la botella de la costa.
Sobre la cama, ambos de rodillas, nos besamos. Tus ojos cerrados perdidos en algún sueño y mis manos recorriendo la suavidad de tu piel enardecida. Descienden mis labios abandonando los tuyos, acarician tus mejillas y se funden en la línea de tus hombros mientras noto el calor de tu pecho prender en el mío. Paso mis brazos por tu cintura y te atraigo hacia mi, mis manos extendidas en tu espalda descienden hasta tus muslos mientras me rodeas con las piernas. Te alzo aferrándote por el culo y te penetro con fuerza mientras me inundas con tu respiración acelerada y con tu leve quejido al notar como me sumerjo en ti. Me abrazas y comienzas a moverte encima mío, cabalgando lenta, pausadamente.
Lamo tus pechos, juego con tus pezones presionándolos entre mis labios, notándolos endurecen en mi boca mientras tu pelvis golpea la mía cada vez con más fuerza, más violentamente. Como violentos son tus mordiscos, tus uñas clavándose en mi espalda, tus piernas apretando mi cintura y tus gemidos resonando en el silencio.
Posadas mis manos en tu cintura me detengo y alzo la cabeza hasta alcanzarte con la mirada. Me miras, entre suspiros, entre suaves movimientos y bruscas embestidas. Me miras, y cuando el calor une nuestros cuerpos con la fuerza del fuego, cuando tus movimientos comienzan a ser convulsivos, cuando tus gemidos tiemblan en el aire transformándose en gritos, el sudor de nuestros cuerpos se funde en un solo sudor y tus uñas penetran en mi piel, entonces te miro y contesto a la pregunta de aquella botella de cristal.

jueves, mayo 18, 2006

Hoy

Hoy fue un día de hace años.
Tus palabras fueron otras pero sonaban como hace años, y el beso fue en la mejilla pero sabia como hace años, y tu mirada era distinta pero brillaba como hace años. Y como hace años querría alcanzarte la luna y dejarte en ella, y saber que nunca te iras. Saber que solo tengo que mirar al cielo para verte, que solo tengo que alzar la mano para tocarte, que solo tengo que darte la luna para tenerte. Y así, besarte en la brillante soledad. Y oírte hablar en silencio. Y sentirte respirar en sueños. Y todo por la luna. Y solo por la luna. Como hace años, hoy te daría la luna.

miércoles, mayo 10, 2006

Mientras no era mía

Caminaba por una de esas calles que surcan mi piel, sintiendo como caían sobre mi los antiguos caserones de piedra dorada, cuando vi frente a mi la silueta de una mujer velada en el sol del atardecer. Recorrí los pasos que nos separaban con la certeza de que aquellos trazos helenísticos serían míos. Y cuando la luz retiro el velo que escondía su cara supe que a aquella mujer la conocía incluso antes de verla. Aquella silueta recortada al fondo de la calle, aquel rostro de enormes ojos negros, era la imagen del deseo. Y su supremo cuerpo de aroma sensual y voluptuoso era el lecho de mi codicia. Pero la sonrisa dibujada por sus rosados labios fue el inicio del final.
Yo quise a aquella mujer cuando no era mía, mientras no era mía. En sus brazos, saboreando la dulzura de la suave piel de sus caderas, sentí la hiel en mis labios cuando fui consciente de que ya era mía.

miércoles, mayo 03, 2006

Recuerdo

Todavía recuerdo sus manos de largos dedos y afiladas uñas recorrer mi pecho desnudo y sudoroso. Todavía recuerdo el calor sofocante que cubría cada rincón de aquella casa. No puedo olvidar su penetrante mirada mezcla de placer y odio. Recuerdo como comenzó a desvestirme lentamente. De forma metódica retiró mis zapatos y deslizo por mis piernas el pantalón. Sus manos penetrando en la costura de mis calzoncillos, estirando de ellos hacia abajo y destapando mi erección involuntaria. Recuerdo como sus labios se aproximaron a ella hasta poder notar el calor de su respiración. Todavía hoy puedo recordar sus labios suaves como las nubes, su lengua fría como la oscuridad penetrando en mi y su cuerpo rozando el mío. Recuerdo sentir sus eróticas curvas invadirme y sus redondos pechos presionar el mío. Recuerdo sus puntiagudos pezones clavarse en mi como estacas de placer. Añoro mi piel calida romperse en mil sensaciones al contacto de su gélida piel blanca.
Todavía hoy, en la oscura soledad, huelo el embriagador perfume que destilaba su largo cabello negro cubriendo la desnudez de su espalda cuando la muerte marchó de mi habitación.