miércoles, abril 27, 2005

Hoy soñé

Hoy soñé.
Nos encontrábamos cerca de mi trabajo. Una sonrisa iluminaba su cara, tal como la recuerdo. Pero sus ojos eran de mirada más intensa. Hablaba sin parar. Me enseñaba una chaqueta, regalo de él. Parecía contenta.
Dos cortes cicatrizaban en su cara. Pregunté por ellos. Dejó de hablar, su sonrisa se desvaneció.Hoy tuve una pesadilla.

viernes, abril 22, 2005

Chica del Sur

De gran mirada pero ojos pequeños, esa es la paradoja que convive con ella. De coraza de acero pero suave como el terciopelo, sus palabras sobrevuelan el mundo de lo real, cortando con afilado filo lo que tocan. Y al traspasar el umbral, penetrando su voz en mi, follándome con ideas, siento que quiero más.
Y no basta el tacto de su mirada, ni el olor de sus sentidos, ni el sonido de sus silencios.
Y no basta tenerla cerca ni lejos, y no basta una mirada ni un beso, y no basta con follarla...

miércoles, abril 20, 2005

Viaje

Las pequeñas casas blancas se ocultaban entre las construcciones de fincas de dos o tres alturas, feas, con balcones de hierro donde se amontonaba la ropa que secaba al brillante sol de aquella mañana de sábado.
El pueblo estaba a pocos kilómetros antes de llegar a Barcelona y un plano me había guiado hasta él.
Volví a cogerlo, “el parque a la derecha, el colegio a la izquierda, una farmacia, una tienda de electrodomésticos, torcer hacia la derecha, una plaza con una fuente, bordearla y torcer a la izquierda, semáforo, y la siguiente a la izquierda”.
Ya había llegado.
Aparqué frente al patio blanco con un gran numero 8 sobre la puerta. Era la casa de su cuñado. Le había dejado las llaves mientras ellos pasaban el fin de semana en el Camping con los críos.
Busqué la puerta en el amarillento videoportero. Al lado del numero 3, dos apellidos totalmente desconocidos para mi. Presioné con el dedo durante unos segundos y aguardé.
Notaba mis piernas temblar y un sudor frío recorrer mi espalda hasta aprisionar mi cuello con fuerza. Una voz se oyó al otro lado del aparato preguntar ¿quién?
Tras decirle mi nombre sonó el fuerte ruido metálico con el que se abría la puerta.
Pase al patio ya sin sentir mis piernas, los nervios se habían apoderado de cualquier otro sentimiento que pudiera experimentar.
Decidí subir los dos pisos por la escalera, lentamente, hasta descubrir aquella puerta coronada con un 3, me acerqué dispuesto a pulsar el timbre cuando la puerta se abrió.
Estaba vestida con un ceñido pantalón vaquero que resaltaba sus voluminosas caderas. La miré en silencio, ella también permanecía en silencio, sonriendo. Aquellos segundos transcurrieron para mi como si fuesen horas. Y esas horas se resquebrajaron cuando sus brazos me rodeaban en un abrazo intenso, caliente, de mejilla suave en mi mejilla, de grandes pechos en mi pecho.
Sonrío y separándose me dijo lo contenta que estaba de verme, de poder mirarme por fin a los ojos. Tienes unos ojos preciosos decía mientras mi pensamiento se había perdido en su cuello blanco, terso, seguramente suave. Oía su voz en la lejanía mientras miraba su camisa negra, tensa en los costados por el volumen de sus pechos. Sandalias que dejaban al descubierto los pies de hermosas uñas pintadas de negro.
Mire sus ojos, brillaban mientras sus rojos labios no paraban de juntar palabras en un ritual que había perdido todo el sentido para mi.
Al fin fui capaz de pronunciar tres palabras: Que alegría verte.
Pasamos al salón, hablábamos del viaje, del pueblo, de los recuerdos.
No recuerdo el momento en que sus labios llegaron a los míos.
Eran labios hambrientos, labios que te comían al besarte, labios gruesos, duros, que jugaban mientras su lengua descansaba para luego retornar, otra vez en mi boca, jugando con mi lengua, llegando más adentro, como intentando penetrarme, llegar tan adentro que tuviera la certeza que nunca saldría de allí.
Sus manos mientras tanto acariciaban mi pecho, suavemente primero, con fuerza más tarde, arrojando mi camiseta lejos, su boca descendió por mi pecho, comiendo de mis pezones, mordiendo mi ombligo, lamiendo mi vientre.
Y desabrochando mi pantalón vaquero, deslizándose dentro de mis calzoncillos extrajo mi erguida polla que introdujo en su boca, con labios en forma de O, su cabeza subía y bajaba, mi pelvis era acariciada por sus labios cuando toda mi polla desaparecía en su boca. Sus rojos morritos besaban la punta al sacársela.
Ella totalmente vestida y mi polla a punto de explotar. Así que me levante cogiendo su hermosa cara entre mis manos y me fundí en un suave beso para apaciguar a la bestia que estaba acabando conmigo.
Retiré su camiseta, ella sonriendo desenganchó el sujetador y mostró sus enormes pechos ligeramente caídos por la edad, pero duros y fuertes, de enormes pezones oscuros.
Todavía resuena en mi cabeza el “Fóllame” que surgió de su boca mientras mis manos amasaban sus pechos.
Bajándose los pantalones vaqueros y retirando el tanga a un lado se tumbó en el suelo, donde descendí yo para penetrarla hasta el fondo, oyendo sus suspiros, lamiendo el sudor de su pecho, bebiendo de su boca mientras las embestidas de mi pelvis le hacían temblar.Y allá, agarrado a su culo, besando sus labios, apretándome contra ella para que notara mi polla en sus entrañas, la oí gritar al tiempo que mis ojos se turbaban.

lunes, abril 18, 2005

Estar enamorado

Cuando se está enamorado no piensas en ella, no te acuerdas de ella. Porque cuando se está enamorado recordar no significa lo mismo, cuando estas enamorado no piensas, deseas. Desearías que viera lo que tu ves, que riera viéndote reír, te gustaría gritar y que te oyera. O que ella no te oyera, que te oyera el resto del mundo, que todos oyeran que cuando la miras sin que se de cuenta algo tiembla dentro tuyo. Y es entonces cuando hablas de ella, hablas siempre que puedes de ella, porque cuando hablas de ella parece que te estés comiendo un helado de fresa, y sonríes, y te gustaría verla y sonreírle, y apuntas en tu mente todo lo que quieres decirle, todo lo que te sucede a lo largo del día, porque todo lo has hecho para ella, y notas como tu pecho se hincha, justo como cuando ella te abraza.
Y entonces notas en tu piel su piel, acaricias la piel más suave del mundo, suave y tersa, y sabes que está lejos, pero tus dedos la siguen notando, recuerdos de anoche. Y te gustaría que no existieran las distancias, y que lejos y cerca significaran lo mismo. Te gustaría tenerla al lado cuando comes, cuando trabajas o cuando duermes, necesitas tenerla al lado cuando ríes, y necesitas tenerla al lado cuando lloras.
Sabes que ella está contigo vayas donde vayas, y desearías poder volar, volar entre las casas, por encima de los coches, para ir hasta donde está ella y decirle al oído, “yo también voy a donde tu vayas”.

viernes, abril 15, 2005

Bajo la Torre Eiffel

Aquel día un ceñido abrigo de cuero marcaba su cintura y descendía tapando buena parte de sus largas botas. Una camiseta negra contrastaba con su pálida piel y su largo pelo negro caía sobre sus hombros.
No era habitual ver dibujada en sus perfilados labios una sonrisa, y aquel día no era distinto.
Me saludó con un pequeño gesto de la cabeza y mirando alrededor dijo que nos metiéramos en algún bar a tomar una cerveza.
El bar que eligió estaba a diez metros, sus puertas y ventanales eran de madera oscura y en el interior todo parecía forrado de la misma madera.
El ambiente no estaba cargado, pero hacia calor. Así que dirigiéndose a una mesa del fondo comenzó a quitarse el abrigo que dejo en una de las cuatro sillas, se sentó en otra e hizo un ligero gesto al camarero para que se acercara. Todavía estaba sentándome cuando me preguntó si quería una cerveza, cuando llego el camarero mirando descaradamente los hombros blanquecinos que habían quedado al descubierto, le pidió dos cervezas.
Ya sentado frente a ella y con la escasa luz del bar podía contemplar sus enormes ojos negros brillar tras el pálido maquillaje.
Sacando un cigarrillo comenzó a hablar.
Su voz era pausada como siempre, imposible atisbar en ella las sensaciones que podrían imaginarse ante lo que estaba diciéndome.
Quería dejarlo, tras cinco años con él, ahora se había enamorado de una chica, una dulce chica rubia, de ojos azules y enormes pechos que estudiaba en mi facultad y me había acompañado a la ultima cena que hicimos todos juntos.
Tras la seguridad de sus palabras traslucía la incertidumbre de las reacciones que podía desencadenar, el deseo de un consejo. Pero nunca el apoyo, si yo era la primera persona a la que le contaba lo que pensaba hacer no era buscando un apoyo, Sonia nunca había necesitado un apoyo en ninguna de las decisiones que había tomado durante los cinco años que yo la conocía. Sonia solo necesitaba que alguien le dijera que Fran no moriría porque ella le dejara. Yo no pude decírselo.
Hoy recordé a Sonia. Se fue a vivir a Paris, recibí una postal suya hace tres años. Su última postal. Llevaba aquel abrigo ceñido de cuero. Al fondo la torre Eiffel. Su mirada brillaba y sus perfilados labios dibujaban una sonrisa. Ignoro quien estaba detrás de la cámara.

miércoles, abril 13, 2005

Sofá color pistacho

Aquel día desperté pronto, tomando un café oía las noticias de televisión española y mis ojos se esforzaban por no retornar al sueño.
Cuando cogí el coche comencé a ponerme nervioso, eran muchos kilómetros y no sabia que me esperaría al final de mi viaje. La música alta, el sol calentando la cabina y la velocidad contribuyeron a calmarme y llevarme lejos de allí, a pensamientos idílicos, a un encuentro inmejorable.
A las tres horas me encontraba en el lugar donde habíamos quedado y todavía faltaban diez minutos para la hora convenida. Cerré los ojos y me sumí en un profundo sopor del que me sacó un leve golpecillo en el cristal, abrí los ojos y allí estaba ella, mucho mejor que en fotos. Una dulce mirada de ojos azules, corto pelo rubio y gruesos labios de un rosa brillante que sonreían.
Rápidamente salí del coche y sonriendo bese sus dos mejillas. Su cuello desprendía un dulce olor fresco que me saco finalmente del estado somnoliento para introducirme en el nerviosismo exagerado. Ella sonreía y me preguntaba si estaba nervioso al tiempo que cogía mis manos y las apretaba fuerte. Yo sin pronunciar palabra seguía mirándola de arriba a abajo.
Sandalias que mostraban sus hermosos pies, pantalón vaquero y una camiseta blanca ceñida era su atuendo.
Pasando el brazo por mi cintura y juntándose a mi hombro me propuso ir a tomar algo.
Caminamos lentamente a lo largo del paseo, con el sol calentándonos, la playa a rebosar y nuestra charla amenizada por ella. Hablaba de la ilusión por conocerme en persona, de los nervios de la espera, de la alegría de verme en el coche... ¡durmiendo!
Pronto todo eso lo oía con una cerveza en la mano, mirándole a los ojos y con una mesa de cristal entre nosotros dos. Todavía no se había calentado la segunda cerveza cuando me propuso subir a su apartamento.
Era un apartamento pequeño, con poca decoración, estantes negros de gruesa madera en paredes extremadamente blancas, parquet oscuro y un largo sofá de color pistacho donde me invito a sentarme.
Hablamos mientras sus manos acariciaban las mías. Pronto sus labios estaban tan cerca de los míos que me vi abocado al beso, el beso de labios carnosos, de lengua sutil y de miradas silenciosas.
Me besaba mientras desabrochaba mi camisa que arrojo a una esquina de la habitación. Besaba mi pecho mientras me tumbaba en el sofá color pistacho y se subía encima mío. Y allí encima, con una de sus piernas a cada lado de mi cintura, con mis manos acariciando su culo, se quitó la camiseta y el sujetador blancos y con sus hermosos pechos al aire descendió por mis piernas desabrochando mi pantalón. Sacando mi, ya dura y grande, polla de la presión de mis calzoncillos.
Y mirándome mientras sonreía y sujetándola con fuerza de la base, comenzó a recorrer la punta suavemente con su lengua, haciendo círculos cada vez más estrechos con sus labios, lamiendo desde la parte inferior, coronándola en la punta.
Cuando se alzo sobre el sillón y deslizo los pantalones por su cadera no dejaba de mirarme. Del pantalón sacó un preservativo que rápidamente me colocó y se sentó sobre ella introduciéndosela de un rápido movimiento. Moviéndose lentamente al principio, sin dejar de mirarme, sin dejar de acariciar con ambas manos mi pecho, sonreía.
También lentamente, incrementaba la velocidad de sus subidas y bajadas, notaba el roce con sus piernas muy juntas, sobre mi pecho, al tiempo que ella movía su culo metiéndola y sacándola toda.
Sus tetas se balanceaban mientras ella me cabalgaba en silencio, sonriendo, eso si.
Recuerdo sus ojos claros ponerse cristalinos encima mío, cuando en silencio, solo por los gemidos, la acelerada respiración, el sudor, la tensión de todos los músculos de su cuerpo, y la contracción bestial de su vagina, mordiéndose el labio inferior, supe que se había corrido.

lunes, abril 11, 2005

Soñar

Cubre su cuello de suaves besos que no la despiertan. Mientras, con una mano, recorre sus pechos desnudos lentamente.
La mañana es silenciosa y aún se conserva el calor de la noche en la habitación. La luz del sol ya se filtra por la ventana iluminando parcialmente la cama.
El pecho de la chica se mueve al respirar y algo en su corazón funciona al compás de ese movimiento rítmico, suave, tranquilo.
Sus ojos cerrados le hacen pensar. Pensar en el tiempo juntos, en las risas y las caricias compartidas. Una lágrima recorre su mejilla cuando cae en la cuenta de que ella es la única persona que le ha hecho llorar de felicidad. Recorre la silueta de sus labios con la yema de su dedo índice.
Se dibuja una leve sonrisa en sus labios y abre los ojos, lo mira, sonríe y le dice:
-Estaba soñando contigo, era muy especial.
Él le pregunta que era eso tan especial en lo que soñaba. Ella le mira, mejillas sonrosadas, sigue sonriendo, y le contesta: -Soñé que me mirabas y una lagrima recorría tu mejilla de felicidad.

viernes, abril 08, 2005

Como bolas de billar

Sobre el tapete verde corren de un lado a otro. Se juntan y separan. Golpean dos con fuerza o se tocan suavemente, como una caricia en la mejilla.
Gritos de enfado y palabras que no se piensan, o que siempre se han pensado pero falta valor para decirlas.
Caricias y sonrisas de enamorados, o de apasionados, o simplemente de ratos divertidos, mirándose a los ojos o tocándose.
Besos de labios calientes, de cuerpos desnudos, de sexo salvaje. Gritos de orgasmo.
¿Gritos de enfado o de orgasmo?
Sobre el tapete verde corren de un lado a otro.

martes, abril 05, 2005

Planta Sexta

El sol de mediodía calentaba desde lo alto mientras mis manos jugaban con el contacto del coche, nerviosas, impacientes, entre tanto yo observaba tras el cristal la puerta del centro comercial.
Los minutos pasaban y el frío que dejo el aire acondicionado del coche comenzaba a desaparecer. A lo lejos, la calle parecía arder bajo la brillante luz.
Entonces las puertas de cristal se abrieron y tras un hombre mayor, encorvado y con bastón, apareció ella con su pantalón vaquero ajustado marcando sus caderas y una camiseta verde que dejaba al descubierto los hombros.
Accioné el contacto del coche. El motor tras un leve rugido se puso en marcha y ella comenzó a correr, puse la marcha mientras ella, sonriendo al otro lado del cristal, abría la puerta y entraba. Le eche un vistazo de arriba a abajo, sus pequeños pechos se perdían tras la descocada camiseta verde. Mirándome, me dijo Por fin juntos, y beso con suavidad mis labios, jugando con su lengua entre ellos.
Aceleré el coche y comencé a dejar atrás las derretidas calles.
En cinco minutos, con un tenso silencio, llegue al portal. Salimos del coche, cogió firmemente mi mano y
también en silencio nos dirigimos al portal, abrió el ascensor y entramos en él.
Ella intentaba mantener la mirada en el suelo, la mía sobre sus hombros, nuestras manos agarradas con fuerza. Planta sexta, el ascensor se abrió, caminamos y sacando la llave de su pequeño bolso abrió la puerta.
Pasé tras ella cerrando, el salón era grande, de escasa decoración, sobrio, moderno. Ahora si, sus ojos me miraban, pero seguía el silencio. Aquel beso del coche parecía irrepetible. Nuestras bocas estaban mucho más separadas que el escaso medio metro que aparentaba. Nuestras manos ya desunidas. El silencio se hacia pesado, el calor de la calle había calentado aquella estancia y una gota de sudor recorría mi frente mientras mis ojos seguían clavados en los suyos.
Un paso al frente juntó nuestras respiraciones, notaba el calor que desprendía su cuerpo.
Mis manos se dirigieron al tiempo hacia su rostro que ahora mantenía entre ellas, notando la suavidad de su cuello, de sus hombros, deslizando mis manos hasta llegar a sus pechos por encima de la camiseta verde. A ella que ahora volvía a mirar al suelo se le escapo un leve suspiro cuando mis dedos se detuvieron en sus pezones. Notaba como endurecían bajo su camiseta. Mis manos descendieron hasta su cintura y deslice la camiseta quitándola de en medio. Y allí, con mis manos en su cintura, su torso desnudo, sus pequeños pechos, como dos pequeños montes coronados por oscuros y duros pezones, me detuve a contemplarla. Seguía mirando al suelo, con un aire de inocencia y vergüenza.
Mis labios buscaron los suyos, su mirada se alzo hasta mis ojos, besaba sus labios que me parecían los más suaves que nunca había besado.
Sus manos, ahora, acariciaban mi espalda bajo mi camisa. Mi lengua recorría toda su boca.
Deseaba hacerla mía, sus manos desabrochaban mi camisa, besaba mi pecho desnudo, acariciaba mi ombligo arrodillándose ante mi, bajando el pantalon, deslizando por mis piernas el calzoncillo mientras besaba dulcemente mi polla que crecia y se endurecia.
Agarrandola con una mano la introdujo en su boca. Notaba la humedad de su lengua jugar alrededor de ella.
El sonido del timbre nos paralizó.