viernes, mayo 20, 2005

Ojos negros

He vivido una vida de ojos negros. Los claros han aparecido en ella siempre asombrándome, pero me he enamorado de ojos negros.
Ya en el colegio, en esa edad donde el cruce de miradas no tiene tintes sensuales, mi preferencia era una chica de grandes ojos negros y pelo lacio enmarcando su redonda cara. Cuando te miraban aquellos ojos parecías descubierto de tus mas íntimos secretos.
Más tarde, mi primera novia, una delgada chica de cabello claro y rizado, tenia unos ojos oscuros que parecían estar sorprendidos siempre. Su sonrisa inocente y sus ojos admirativos le conferían el misterio de quien no sabes si guarda un secreto o está esperando el momento justo para contártelo.
Después, en mi primera relación seria, un rostro moreno, de chica del sur con rasgos gitanos, solo podía tener aquellos ojos. Unos ojos que alumbraban cualquier situación; confío en que lo sigan haciendo. Aquellos ojos no necesitaban una boca para sonreír, no necesitaban unas manos para acariciarte, sus ojos podían hacerlo. Aún hoy, cuando pienso en ella, puedo verla sonreír solo con su mirada.

lunes, mayo 16, 2005

Ven y al fondo verás

Había oído hablar mucho de aquella discoteca.
Puertas de madera de olivo cerraban el paso a los curiosos, una amplia sala de tonos morados, vacía, seguramente porque la hora era temprana para los habituales del local.
No más de diez personas deambulábamos por allí cuando entré, pero tras una hora los roces se hacían inevitables por la abundancia casi obscena de gente con copas en la mano.
Cuando la vi, la sensualidad de sus pequeños pechos, de sutil silueta y sorpresa oculta, contrastaban con la voluptuosidad de pechos enormes, de escote redondo y curvas imposibles que llenaban aquel antro. Su altura excesiva reducía hasta la desaparición la notoriedad de sus curvas. Su vestido, ceñido, marcaba los pezones en el raso azul marino que los cubría, a ellos solos, pues en este caso no había tetas que cubrir.
De largos labios y afilado rostro, sus ojos claros y su sonrisa diabólica anunciaban peligro tras la dulzura de sus palabras ocultas por el humo del cigarro.
Cintura de avista y movimientos de cadera, que acompasaban unas largas piernas desnudas, me hipnotizaban mientras la veía alejarse a los servicios con la espalda solo cubierta por su largo pelo cobrizo.

lunes, mayo 09, 2005

Tú me lo pediste

Premios TODAS 2006
Me dijiste que lo hiciera aquella tarde, y tras el café en el bar, al borde de la playa, tras el paseo notando la fina arena bajo nuestros pies, tras hablar de cientos de cosas, ninguna de ellas importante, fuimos al hotel. Y allí, en aquella cama enorme, te tumbaste, tan solo tapada por la blanca toalla que sirvió para secarte después de la ducha.
Pronto tus brazos estaban atados, por tus muñecas, al grueso cabezal de madera de nogal con suaves pañuelos de seda. Y tus piernas, de blanca piel, abiertas, permanecían anudadas a la parte inferior de la cama. Yo, de pie, a tu lado, despedía tus hermosos ojos de brillante mirada cubriéndolos con un bonito pañuelo negro.
A partir de ese momento, desconocías donde estaba, que hacia y que pretendía hacer.
Mis labios te sorprendían acariciando tu precioso cuello y a los pocos segundos, mi lengua jugaba a recorrer la parte interior de uno de tus muslos mientras retiraba la toalla para contemplarte bella e indefensa, atada a la cama sin otra posibilidad que sucumbir ante mi.
Ahora en la parte interna de tu muñeca fundía mis labios en un tórrido beso. Y mis dedos suaves y lentos, descendían desde el cuello, pasando por el hombro y deslizándose a lo largo de todo tu brazo.
Desaparecía de tus sentidos, para volver a aparecer de pronto, penetrando mi lengua entre los dedos de tus sensuales pies. Mis manos presionaban la planta de ellos con suavidad, notando como se relajaban entre mis dedos hasta volver a desaparecer para ti.
Y aparecer con pequeños besos, suaves besos de labios calientes, en tus mejillas, en tu frente, en tu cuello, descendiendo lentamente a tu pecho, convirtiéndose en besos húmedos cerca de tus pezones, en la suave piel de tus tetas.
Acariciando con el dorso de mi mano tus caderas, tu cintura y tu ombligo, subiendo lentamente a encontrarme con mi boca, donde tras humedecerme un dedo rozo casi imperceptiblemente con la yema uno de tus pezones que crece instantáneamente. Ahora con las dos manos acariciando muy suavemente tus pezones, que se transforman en duros botones puntiagudos mientras comienzas a moverte, a retorcerte en la cárcel de tus ataduras.
Aparezco en tu boca mientras sigo excitando tus pezones. Mi lengua acaricia la comisura de tus apetitosos labios que entreabres, tienes hambre, suspiras, sigues moviéndote, cada vez más salvajemente, pero estas bien atada. Así que tras penetrar tu boca con mi lengua, presionar tus labios en los míos, y beber de tu saliva, desaparezco por completo.
Tu no lo sabes, solo esperas como un débil animalillo, pero te estoy contemplando, te miro tumbada y completamente desnuda sobre la cama, sensual, erótica, provocativa e indefensa, expuesta a mis deseos.
Y mis deseos son aparecer sin preámbulos con la punta de mi lengua entre los labios de tu vagina, pero suavemente, solo rozándolos, notando como al primer contacto se tensan, se erizan.
Comienzo a lamerlos desde abajo, los dos a un tiempo, el extremo de mi lengua apuntando en el centro, recogiendo así los primeros frutos de nuestro juego mientras asciendo hasta llegar al clítoris donde profundiza mi lengua impregnada ya de tu dulce jugo. Ahora si, tus jadeos anuncian que harás todo lo posible por desatarte, mientras mi lengua presiona tu clítoris, juega a rodearlo y lo golpea suavemente, noto que te tensas, que estiras fuerte intentando romper los pañuelos, pero no lo conseguirás.
Mientras juego entre tus piernas soy consciente que ahora mismo estarás abriendo la boca, deseando lamer, comer, besar, morder, pero solo puedes gemir. Soy consciente que deseas cogerme de la cabeza y apretarla contra ti, pero solo puedes apretar tus muslos alrededor de ella. Y me excito aún más, cada vez más, mientras te bebo por completo. Y me excito más y más sabiendo que deseas que te penetre, y cogerme de la cintura, y besarme, y abrazarme, y sentirme tan a dentro tuyo que te queme. Pero nada de eso puedes hacer, porque estas expuesta mis deseos.
Me dijiste que lo hiciera aquella tarde.

miércoles, mayo 04, 2005

Noche en la playa II

Yo también sonreí, entre sorprendido y entusiasmado.
No debí pensármelo mucho puesto que baje la ventanilla y sin dejar que desapareciera mi sonrisa, confío que agradable, le saludé al tiempo que le invitaba a tomar una ultima copa.
Con la mirada distraída y mostrando la ingenuidad que seguramente perdió hace años, aceptó y quedamos en pararnos enfrente, el semáforo se había puesto ya en verde aunque ningún coche apremiara detrás.
Me detuve tras ella, baje del coche y me dirigí al suyo. Ella con la ventanilla bajada no había hecho mención de descender. Me miró entre sonrisas tímidas y me dijo:
-Estabas en aquella discoteca, no dejabas de mirarme ¿cierto?
Intente salir de la forma más correcta, y quizá anticuada, que pude imaginar.
-Me resultó imposible no mirar a una chica tan atractiva.
Una nueva sonrisa de timidez se alojo en ella mientras decía.
-No exageres, soy una chica de lo más corriente.
Decidí no mostrarme demasiado adulador, así que cambie de tema.
-Y bien, ¿no vas a salir nunca de ese coche?
-Bueno, ¿donde vamos a ir? – me contestó
-Pues todavía no lo sé, pero dejamos uno de los coches aquí, ¿no?
-Esta bien, cierra el tuyo, yo te llevo – me sorprendió
Cinco minutos después estaba al lado suyo, en aquel BMW azul eléctrico con asientos de cuero y música chill out que mis oídos agradecían sobremanera después del estridente sonido de la discoteca que todavía rebotaba en ellos.
La chica sonreía mucho, hablaba lo suficiente y miraba poco.
Me llevo al mirador del faro y allí estuvimos charlando, dentro del coche primero, apoyados en la barandilla del mirador después. Sus ojos brillaban mientras me contaba que subía con su madre allí cuando era pequeña, al amanecer, y contemplaban como el mar negro se convertía lentamente en un rojo liquido primero, en un dorado manto después, y mientras comenzaban a verse gaviotas volar por el horizonte, como sonrisas del cielo, volvía el mar a ser azul.
Dentro del coche, con la música chill out sonando y el mar otra vez azul, sus besos me recordaban a las gaviotas volar.

martes, mayo 03, 2005

Noche en la playa I

El calor comenzaba a nublarme la vista y la machacona música había inutilizado mi capacidad auditiva. Solo el cubata que llevaba en mi mano izquierda, gracias al hielo y quizá a algún efecto del alcohol que más tarde intentaría resarcirse, me permitía mantenerme en pie con un mínimo de dignidad entre las amigas que mi prima había reunido junto a mi. En ellas la moda eran las largas espaldas morenas al descubierto, casi hasta no tener que imaginar sus glúteos. Mientras intentaba entre sonrisa y sonrisa decir algo que sonará ingenioso sin demasiado éxito, mis ojos buscaban como sacarme de allí aunque fuera solo con la imaginación.
Y lo consiguieron fijando la vista en una chica que frente a mi, bebía apoyada en la barra, tras aquel enjambre de espaldas desnudas. Era morena, de largo pelo liso que caía en puntas afiladas sobre sus hombros descubiertos. Me quedé absorto mirando y olvide por completo el intento de resultar divertido a mis acompañantes. Mis ojos estaban fijos en aquella chica de pantalón vaquero y camiseta negra que sonreía mientras charlaba con su amiga.
Cada vez me era más difícil mantener un mínimo contacto con mi entorno, pues mi mente había conseguido sacarme de allí volando y posarme junto a aquella morena de belleza picasiana que fumaba despacio y sonreía sin apartar la mirada de su pelirroja amiga.
Entonces me sumergí en la duda existencial. Mostrarme como un maleducado ante las amigas de mi prima e intentar conocer a aquella chica de boca grande y nariz afilada o dejar que acabará aquella noche de despropósitos y dejar un buen recuerdo totalmente olvidable del primo de Maria.
Debe ser que en el fondo soy un buen chico, o que cualquier excusa es buena para no enfrentarte a la fría mirada de una chica a la que quieres conocer y ella probablemente a ti no, pero el caso es que seguí entre aquellas chicas de moreno artificial y conversación similar.
Tras unas risas, más de un cubata y un par de horas, conseguí encontrar el lado positivo de las amigas de mi prima, quizá ayudado por el hecho de que ya hacia tiempo que mi inalcanzable belleza picasiana se había esfumado de aquel local playero.
Pasadas las cinco de la mañana decidimos abandonarlo nosotros también y nos dirigimos a los coches caminando por el paseo repleto de gente muy dispar. Gente que no podía mantenerse en pie, gente que pronto no podría mantenerse en pie y parejas que con la excusa de contemplar la luna estaban haciéndose mutuamente un examen bucal sino anatómico.
Después de llevar a su casa a dos de las chicas me dirigía ya a casa, somnoliento y con ganas de soñar con aquella morena de paso fugaz, cuando, en un semáforo, al mirar a mi derecha, descubrí una sonrisa conocida, era ella. Me miraba y sonreía.