Con voz queda me pediste que te ganara. No dijiste nada más. No hacia falta.
Ya solo tus ojos hablaban cuando me acerqué a ti, sabia que buscar tus labios habría sido inútil, sabia que no me devolverías los besos, todavía no. No quería que tus ojos marcarán las pautas de mis caricias así que te busque por detrás, pero antes pase por los cajones de la mesita de noche y cogí el pañuelo morado. Tú seguías inmóvil, de pie y silenciosa aún cuando con el dorso de mi mano acaricié tus hombros a modo de despedida. Deslicé el pañuelo por tu frente y lo anudé en la nuca. Ahora permanecías en silencio y a oscuras y yo sabía que eso te asustaba, sabía que estabas aterrorizada, porque lo desconocido te asusta, porque no caminarías con los ojos cerrados aunque yo te llevara de la mano y ahora era yo quien controlaba la situación.
Mis manos se posaron en tus hombros destapados y te atraje a mi pecho, tu espalda frente a mi, los dos juntos mientras mis brazos se cruzaban en tu vientre apresándote entre mi cuerpo. Mis manos se deslizaron hasta tu cintura y penetraron bajo tu suéter, fue la primera penetración. Me acompañaba el calor de tu espalda mientras me dirigía a desabrochar tu sujetador, de allí fui a tus pechos que inundaron mis manos huecas, notaba en todo mi cuerpo como endurecían en mis manos que como dos cuencos los retenían mientras mis labios acariciaban tu oreja al tiempo que te susurraba lo que tu ya sabías. Susurraba mi excitación mientras tú la sentías en la presión de nuestras caderas. Mis suspiros se confundían con los tuyos cuando te quité el suéter y me puse frente a ti, admirando tus pechos, apresando tu cintura, descendiendo lentamente con mi lengua desde tu cuello hasta ellos, para besarlos, para notarlos endurecer entre mis labios, para sentir el movimiento ante tu creciente jadeo.
Solo el afán por desnudar tus caderas me distraía del maná de tus pechos de endurecidos pezones y para cuando desabroché tu pantalón mis labios dibujaban un corazón en el centro de tu ombligo. Tuve que arrodillarme ante ti para llevar el pantalón hasta tus tobillos, tuvo que descender mi lengua por tu muslo hasta llegar a tus pies, y entonces tus manos sobre mi cabeza eran el último refugio de tu reserva. Permanecí allí, besando tus pies hasta que entre suspiros gané aquellas murallas y tus manos alzaron mi cabeza pidiéndome más, tus manos rodearon mi rostro a modo de rendición y mi lengua deshizo el camino por el perfil interno de tus muslos, suavemente, disfrutando de su calor, deleitándose con la llegada al origen de aquella temperatura. Y allí, todavía en silencio roto solo por suspiros, a oscuras tú por el pañuelo, yo por el deseo, gocé de tu cuerpo, sentí tus suspiros tornándose gemidos, noté tu agitación rodear mi boca entre tus muslos, recibí nuevamente tus manos en mi cabeza esta vez apresándola contra tu cuerpo y ascendí veloz, aún con gemidos saliendo de tu boca, agarré tus nalgas y te alcé llevándote a la cama, te arrojé, nos arrojamos en ella. Te penetré, nos fundimos violentamente y oí como tus gemidos dejaron de serlo y vinieron los gritos, y mi boca, ahora si, buscó la tuya, y tus besos no fueron negados.
Mis manos se posaron en tus hombros destapados y te atraje a mi pecho, tu espalda frente a mi, los dos juntos mientras mis brazos se cruzaban en tu vientre apresándote entre mi cuerpo. Mis manos se deslizaron hasta tu cintura y penetraron bajo tu suéter, fue la primera penetración. Me acompañaba el calor de tu espalda mientras me dirigía a desabrochar tu sujetador, de allí fui a tus pechos que inundaron mis manos huecas, notaba en todo mi cuerpo como endurecían en mis manos que como dos cuencos los retenían mientras mis labios acariciaban tu oreja al tiempo que te susurraba lo que tu ya sabías. Susurraba mi excitación mientras tú la sentías en la presión de nuestras caderas. Mis suspiros se confundían con los tuyos cuando te quité el suéter y me puse frente a ti, admirando tus pechos, apresando tu cintura, descendiendo lentamente con mi lengua desde tu cuello hasta ellos, para besarlos, para notarlos endurecer entre mis labios, para sentir el movimiento ante tu creciente jadeo.
Solo el afán por desnudar tus caderas me distraía del maná de tus pechos de endurecidos pezones y para cuando desabroché tu pantalón mis labios dibujaban un corazón en el centro de tu ombligo. Tuve que arrodillarme ante ti para llevar el pantalón hasta tus tobillos, tuvo que descender mi lengua por tu muslo hasta llegar a tus pies, y entonces tus manos sobre mi cabeza eran el último refugio de tu reserva. Permanecí allí, besando tus pies hasta que entre suspiros gané aquellas murallas y tus manos alzaron mi cabeza pidiéndome más, tus manos rodearon mi rostro a modo de rendición y mi lengua deshizo el camino por el perfil interno de tus muslos, suavemente, disfrutando de su calor, deleitándose con la llegada al origen de aquella temperatura. Y allí, todavía en silencio roto solo por suspiros, a oscuras tú por el pañuelo, yo por el deseo, gocé de tu cuerpo, sentí tus suspiros tornándose gemidos, noté tu agitación rodear mi boca entre tus muslos, recibí nuevamente tus manos en mi cabeza esta vez apresándola contra tu cuerpo y ascendí veloz, aún con gemidos saliendo de tu boca, agarré tus nalgas y te alcé llevándote a la cama, te arrojé, nos arrojamos en ella. Te penetré, nos fundimos violentamente y oí como tus gemidos dejaron de serlo y vinieron los gritos, y mi boca, ahora si, buscó la tuya, y tus besos no fueron negados.