En nuestra primera cita no dejamos de hablar de nuestras respectivas parejas durante la comida y al despedirnos fue ella quién se lanzó a mis labios.
Mientras yo besaba los suyos, pequeños y carnosos, dulces y frescos, mis manos agarraron su estrecha cintura y la estrecharon contra mi.
La segunda cita fue en un restaurante Canario. Hablamos de nosotros, reímos, y yo me abandoné a la contemplación de sus hermosos labios.
Aquella noche, tras un par de copas, nos encontrábamos en la parte trasera de su coche.
Mis lentos besos recorrían su mejilla descendiendo por el cuello hasta alcanzar sus hombros.
Mis manos ligeras jugaban en su vientre tras desabrochar la camisa negra con la que apareció en el restaurante horas antes.
Sus pechos se mostraron redondos bajo el sujetador negro. Ante aquella estampa me detuve.
Sonreía, la contemplaba y ella me miraba a mi mientras desabrochaba el sujetador y dejaba a la vista unos pequeños pezones sonrosados.
Mis manos desabrocharon su pantalón vaquero mientras mi boca se perdía bebiendo de su boca y lamiendo sus pezones que se endurecían y apuntaban tremendamente.
Aparté su braguita para que mis dedos jugaran entre los primeros labios rasurados que veía. La humedad hizo resbalar mi primer dedo dentro suyo, también el segundo y el tercero entraron, al tiempo que sus gemidos aumentaban y la dureza de sus tetas llenaba mi boca.
Pronto fue ella la que se quito las bragas y se sentó sobre mi llevando mi polla a ocupar el hueco que abandonaron mis dedos.
Aquel gemido mientras descendía sobre mi dejó paso a un silencioso suspiro, y mientras me cabalgaba, su respiración en mi boca y ese gemido seco, opaco, se introdujo en mi mente.
Mientras yo besaba los suyos, pequeños y carnosos, dulces y frescos, mis manos agarraron su estrecha cintura y la estrecharon contra mi.
La segunda cita fue en un restaurante Canario. Hablamos de nosotros, reímos, y yo me abandoné a la contemplación de sus hermosos labios.
Aquella noche, tras un par de copas, nos encontrábamos en la parte trasera de su coche.
Mis lentos besos recorrían su mejilla descendiendo por el cuello hasta alcanzar sus hombros.
Mis manos ligeras jugaban en su vientre tras desabrochar la camisa negra con la que apareció en el restaurante horas antes.
Sus pechos se mostraron redondos bajo el sujetador negro. Ante aquella estampa me detuve.
Sonreía, la contemplaba y ella me miraba a mi mientras desabrochaba el sujetador y dejaba a la vista unos pequeños pezones sonrosados.
Mis manos desabrocharon su pantalón vaquero mientras mi boca se perdía bebiendo de su boca y lamiendo sus pezones que se endurecían y apuntaban tremendamente.
Aparté su braguita para que mis dedos jugaran entre los primeros labios rasurados que veía. La humedad hizo resbalar mi primer dedo dentro suyo, también el segundo y el tercero entraron, al tiempo que sus gemidos aumentaban y la dureza de sus tetas llenaba mi boca.
Pronto fue ella la que se quito las bragas y se sentó sobre mi llevando mi polla a ocupar el hueco que abandonaron mis dedos.
Aquel gemido mientras descendía sobre mi dejó paso a un silencioso suspiro, y mientras me cabalgaba, su respiración en mi boca y ese gemido seco, opaco, se introdujo en mi mente.
De aquella noche recuerdo aquel suspiro mientras respiraba en mi boca.
3 comentarios:
....Como me gustaría poder penetrar con mis gemidos....suave...lentamente...
Deliciosoooo DULCE BACO, delicioso....
Uhms..esos asientos traseros...leerte ha sido un estupendo kit-kat para mi tarde..Besitos
Un besito Maricoché. Dulce Maricoché.
Elisabeta, me alegra haber hecho que desconectes un ratito de tu dura tarde... un beso!!
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