Las pequeñas casas blancas se ocultaban entre las construcciones de fincas de dos o tres alturas, feas, con balcones de hierro donde se amontonaba la ropa que secaba al brillante sol de aquella mañana de sábado.
El pueblo estaba a pocos kilómetros antes de llegar a Barcelona y un plano me había guiado hasta él.
Volví a cogerlo, “el parque a la derecha, el colegio a la izquierda, una farmacia, una tienda de electrodomésticos, torcer hacia la derecha, una plaza con una fuente, bordearla y torcer a la izquierda, semáforo, y la siguiente a la izquierda”.
Ya había llegado.
Aparqué frente al patio blanco con un gran numero 8 sobre la puerta. Era la casa de su cuñado. Le había dejado las llaves mientras ellos pasaban el fin de semana en el Camping con los críos.
Busqué la puerta en el amarillento videoportero. Al lado del numero 3, dos apellidos totalmente desconocidos para mi. Presioné con el dedo durante unos segundos y aguardé.
Notaba mis piernas temblar y un sudor frío recorrer mi espalda hasta aprisionar mi cuello con fuerza. Una voz se oyó al otro lado del aparato preguntar ¿quién?
Tras decirle mi nombre sonó el fuerte ruido metálico con el que se abría la puerta.
Pase al patio ya sin sentir mis piernas, los nervios se habían apoderado de cualquier otro sentimiento que pudiera experimentar.
Decidí subir los dos pisos por la escalera, lentamente, hasta descubrir aquella puerta coronada con un 3, me acerqué dispuesto a pulsar el timbre cuando la puerta se abrió.
Estaba vestida con un ceñido pantalón vaquero que resaltaba sus voluminosas caderas. La miré en silencio, ella también permanecía en silencio, sonriendo. Aquellos segundos transcurrieron para mi como si fuesen horas. Y esas horas se resquebrajaron cuando sus brazos me rodeaban en un abrazo intenso, caliente, de mejilla suave en mi mejilla, de grandes pechos en mi pecho.
Sonrío y separándose me dijo lo contenta que estaba de verme, de poder mirarme por fin a los ojos. Tienes unos ojos preciosos decía mientras mi pensamiento se había perdido en su cuello blanco, terso, seguramente suave. Oía su voz en la lejanía mientras miraba su camisa negra, tensa en los costados por el volumen de sus pechos. Sandalias que dejaban al descubierto los pies de hermosas uñas pintadas de negro.
Mire sus ojos, brillaban mientras sus rojos labios no paraban de juntar palabras en un ritual que había perdido todo el sentido para mi.
Al fin fui capaz de pronunciar tres palabras: Que alegría verte.
Pasamos al salón, hablábamos del viaje, del pueblo, de los recuerdos.
No recuerdo el momento en que sus labios llegaron a los míos.
Eran labios hambrientos, labios que te comían al besarte, labios gruesos, duros, que jugaban mientras su lengua descansaba para luego retornar, otra vez en mi boca, jugando con mi lengua, llegando más adentro, como intentando penetrarme, llegar tan adentro que tuviera la certeza que nunca saldría de allí.
Sus manos mientras tanto acariciaban mi pecho, suavemente primero, con fuerza más tarde, arrojando mi camiseta lejos, su boca descendió por mi pecho, comiendo de mis pezones, mordiendo mi ombligo, lamiendo mi vientre.
Y desabrochando mi pantalón vaquero, deslizándose dentro de mis calzoncillos extrajo mi erguida polla que introdujo en su boca, con labios en forma de O, su cabeza subía y bajaba, mi pelvis era acariciada por sus labios cuando toda mi polla desaparecía en su boca. Sus rojos morritos besaban la punta al sacársela.
Ella totalmente vestida y mi polla a punto de explotar. Así que me levante cogiendo su hermosa cara entre mis manos y me fundí en un suave beso para apaciguar a la bestia que estaba acabando conmigo.
Retiré su camiseta, ella sonriendo desenganchó el sujetador y mostró sus enormes pechos ligeramente caídos por la edad, pero duros y fuertes, de enormes pezones oscuros.
Todavía resuena en mi cabeza el “Fóllame” que surgió de su boca mientras mis manos amasaban sus pechos.
Bajándose los pantalones vaqueros y retirando el tanga a un lado se tumbó en el suelo, donde descendí yo para penetrarla hasta el fondo, oyendo sus suspiros, lamiendo el sudor de su pecho, bebiendo de su boca mientras las embestidas de mi pelvis le hacían temblar.Y allá, agarrado a su culo, besando sus labios, apretándome contra ella para que notara mi polla en sus entrañas, la oí gritar al tiempo que mis ojos se turbaban.