Preguntaste no hace mucho tiempo que era lo que me gustaba de ti. Lo preguntaste como sueles hacerlo, con los labios casi cerrados y con la mirada perdida entre las alturas de la ciudad. Lo preguntaste como si no esperases respuesta. Como los náufragos echan las botellas al mar.
El brillo del atardecer fugándose entre los árboles camufló mi respuesta y otras palabras alejaron la botella de la costa.
Sobre la cama, ambos de rodillas, nos besamos. Tus ojos cerrados perdidos en algún sueño y mis manos recorriendo la suavidad de tu piel enardecida. Descienden mis labios abandonando los tuyos, acarician tus mejillas y se funden en la línea de tus hombros mientras noto el calor de tu pecho prender en el mío. Paso mis brazos por tu cintura y te atraigo hacia mi, mis manos extendidas en tu espalda descienden hasta tus muslos mientras me rodeas con las piernas. Te alzo aferrándote por el culo y te penetro con fuerza mientras me inundas con tu respiración acelerada y con tu leve quejido al notar como me sumerjo en ti. Me abrazas y comienzas a moverte encima mío, cabalgando lenta, pausadamente.
Lamo tus pechos, juego con tus pezones presionándolos entre mis labios, notándolos endurecen en mi boca mientras tu pelvis golpea la mía cada vez con más fuerza, más violentamente. Como violentos son tus mordiscos, tus uñas clavándose en mi espalda, tus piernas apretando mi cintura y tus gemidos resonando en el silencio.
El brillo del atardecer fugándose entre los árboles camufló mi respuesta y otras palabras alejaron la botella de la costa.
Sobre la cama, ambos de rodillas, nos besamos. Tus ojos cerrados perdidos en algún sueño y mis manos recorriendo la suavidad de tu piel enardecida. Descienden mis labios abandonando los tuyos, acarician tus mejillas y se funden en la línea de tus hombros mientras noto el calor de tu pecho prender en el mío. Paso mis brazos por tu cintura y te atraigo hacia mi, mis manos extendidas en tu espalda descienden hasta tus muslos mientras me rodeas con las piernas. Te alzo aferrándote por el culo y te penetro con fuerza mientras me inundas con tu respiración acelerada y con tu leve quejido al notar como me sumerjo en ti. Me abrazas y comienzas a moverte encima mío, cabalgando lenta, pausadamente.
Lamo tus pechos, juego con tus pezones presionándolos entre mis labios, notándolos endurecen en mi boca mientras tu pelvis golpea la mía cada vez con más fuerza, más violentamente. Como violentos son tus mordiscos, tus uñas clavándose en mi espalda, tus piernas apretando mi cintura y tus gemidos resonando en el silencio.
Posadas mis manos en tu cintura me detengo y alzo la cabeza hasta alcanzarte con la mirada. Me miras, entre suspiros, entre suaves movimientos y bruscas embestidas. Me miras, y cuando el calor une nuestros cuerpos con la fuerza del fuego, cuando tus movimientos comienzan a ser convulsivos, cuando tus gemidos tiemblan en el aire transformándose en gritos, el sudor de nuestros cuerpos se funde en un solo sudor y tus uñas penetran en mi piel, entonces te miro y contesto a la pregunta de aquella botella de cristal.